El San Gabriel es uno de los cerros clásicos del Cajón del Maipo, pues su cercanía al centro de esquí de Lagunillas, donde en 1933 se fundó el Club Andino de Chile, lo convitió en objetivo de muchos montañistas desde las primeras décadas del siglo pasado. En sus faldeos se emplaza un pequeño poblado del mismo nombre, desde donde se pude iniciar el ascenso.
Se alza hasta los 3.125 m de altitud frente a la confluencia de los ríos Yeso y Maipo, a 65 Km. al suroriente de Santiago y forma parte de un cordón que se extiende al sur del portezuelo Peladeros, enlazando las cumbres del Peladeros (3.371m), Dedo de Dama (3.780m), San Lorenzo (3.220) y San Gabriel, desde cuyas alturas se descuelgan dos esteros, el San Gabriel, encajonado en hermosas formaciones rocosas, por el poniente y el San Nicolás por el oriente
El cerro San Gabriel ofrece varias vías para la escalada tradicional, pero su ascenso más conocido es el que discurre por la aérea pero sencilla ruta del filo sureste, que regala hermosas vistas a todo el valle del río Yeso.
Pese a que durante la semana el invierno se había dejado caer con fuerza y los entrenamientos de Eduardo Parvex ídem, Gabriel Carrasco, prometiendo “potenciamiento”, sol y nieve, se las arregló para armarnos un irresistible panorama que resultó del tipo “todo incluido”. Así las cosas, el sábado 29 de julio de 2006, relajadamente a eso de las once de la mañana, logramos desembarcar en el retén de carabineros del poblado de San Gabriel, un nutrido contingente de la Rama de Montañismo del CDUC más invitado. Además del DT Carrasco, íbamos Claudia Parada, Beatriz Delgado, Irodina Del Valle, Luz Maria Arellano, Eliana Chong, Verónica Azocar, Gabriel Muñoz, Christián Buchanan, Osvaldo Tejeda y Eduardo Atalah.
Luego de registrarnos en Carabineros, seguimos en auto casi dos kilómetros por el camino de Aguas Andinas que, desde San Gabriel, se interna por el margen norte del cajón del río Yeso. Estacionamos a 1.345m de altitud e iniciamos el ascenso siguiendo una huella en la nieve que rodeaba el cerro hacia el oriente y que entre quillayes, maitenes y peumos, iba ganando altura en forma paulatina. Un par de horas después nos cruzamos con dos arrieros que con la ayuda de clásicos quiltros chicos, venían bajando un piño de cabras y otro de caballos que, tras la tormenta, habían quedado atrapados montaña arriba.
Media hora después alcanzamos una extensa meseta a 2.000m de altitud desde donde pudimos apreciar casi todo el resto de la ruta, salvo el paso hacia la cumbre, que queda oculta tras una enorme roca que corona la arista cimera. Mientras decidíamos si quedarnos o continuar subiendo, apareció un trío que venía de un intento por el día y que nos dio un desalentador reporte del estado de la nieve. Al rato apareció otro grupo, esta vez de esquiadores, que por cierto fueron la envidia de nosotros los simples peatones.
Aunque eran recién las tres de la tarde, la nieve blanda y las nubes que cubrían ya casi todas las cumbres del rededor, nos decidieron a instalar allí mismo el campamento y a planificar una salida tempranera para el día siguiente, que después de unos cuantos regateos, terminó con los despertadores a las 2 de la mañana.
Antes del amanecer ya supimos dos cosas, que a la cumbre sólo saldríamos 8 y que Carrasco ronca en serio. Bajo un hermoso cielo estrellado seguimos las huellas dejadas por el grupo del día anterior y que, mientras duraron, facilitaron bastante nuestra marcha. Tras dos horas, sólo quedaban los rastros de esquí, así que no nos quedó otra que ir abriendo huella a través de nieve polvo que a veces nos llegaba hasta la cintura. Por lo menos el grupo era grande, así que alternándonos la punta, alcanzábamos a recuperar el aliento antes de que nos volviera a tocar el turno.
Junto con la luz del alba, llegamos a la famosa arista, que cae en pendientes pronunciadas hacia ambas vertientes, lo que permite la formación de hermosas cornisas a lo largo de todo su recorrido. Cuando por fin pudimos ver la cumbre, se me acabaron todas las esperanzas de alcanzarla. La ecuación entre lo lejos que parecía y el merengue inconsistente por el que transitábamos, me arrojaba como único resultado el arrugue inmediato. Pero bueno, a las 8 de la mañana, sugerir la media vuelta era definitivamente impresentable.
De a poco fuimos extendiendo el surco hacia el poniente y la colosal roca que franquea el acceso a la cima se hacía sorprendentemente más cercana, hasta que por fin estuvimos a sus pies buscando el paso adecuado entre los espolones que caen desde la cumbre. Eran las 10 y media y en ese punto, a 2.900 metros, tuvimos dos nuevas deserciones, que luego fueron tres, pues Christian se ofreció a acompañar a Verónica y Luz María en su descenso.
Una respetable rimaya nos obligó a descartar el canalón de nieve que habíamos escogido para el ataque final, así que terminamos montándonos a uno de los cordones de roca que caen desde la cumbre y que nos puso más dificultades de las deseables. Con un pasamanos y un tibloc, Osvaldo nos resolvió el primer problema, aún cuando Gabriel Muñoz no se decidía a entregarse a tan minúsculo artefacto. A continuación, una placa de roca cubierta de nieve suelta casi termina en carambola entre la Eliana y Gabriel Carrasco y para terminar, un resbalón en un paso expuesto, sin ningún tipo de seguro, me dejó más tembleque que flan de guatitas. Tras ello, una última pala de nieve y por fin la cumbre. Y eso que sólo faltaban 5 minutos para las 12. ¿No era este un cerro para el día?
El premio a las 8 horas de jornada fue una vista impresionante hacia un mar de cumbres nevadas, entre ellas, el San José, el Piuquenes y el Tupungato, todo bañado por un azul sin nubes hasta donde se perdía la vista. Estuvimos poco rato, lo justo para las fotos y para rebautizar el cerro. “San Osvaldo” hizo mérito suficiente para ello.
El descenso fue a través de un extenso canalón cargado de nieve que nos dejó en el sector de la rimaya, con la huella de regreso a tiro de traverse. En sólo 2 horas ya estábamos en la carpa. Las chicas, siempre eficientes, ordenaron, embalaron y bajaron. Los Gabrieles en cambio ... digamos que se tomaron su tiempo. Por su parte, la pobre Srta. Chong decidió volver a subir, pues no se conformaba con la pérdida de uno de sus bastones súper pro. Al final bajó haciendo pucheros, pero por el sendero, no como Gabriel Muñoz, que lo hizo echando pericos por el “excelente” atajo que le propuse. Una vez más, lo barato salió caro.
Pero no fue todo, pues las sorpresas continuaron hasta abajo. Primero, Luz María encontró su auto con un vidrio roto y limpio de todos los pares de zapatillas y luego, para rematar, al llegar a San Gabriel, nos metimos en un taco digno de Cortázar, que no aflojó hasta las mismísimas Vizcachas. Lo peor fue que la muchedumbre de hacedores-de-monos-de-nieve arrasó con la existencia completa de empanadas, por lo que las más de 4 horas de regreso fueron de tragar saliva y apretar la tripa.
Por Eduardo Atalah
Por Eduardo Atalah
No hay comentarios.:
Publicar un comentario