Al sur oriente de Antofagasta, en plena Puna de Atacama y sobre la frontera chileno argentina, se alza el volcán Llullaillaco. Sus 6.739 metros de altitud lo convierten en la tercera cumbre más alta de Chile, después del Ojos del Salado y el Nevado Tres Cruces. Su nombre proviene de las voces aymaras Lloclla (caliente) y yacu (agua), que dan cuenta de un fenómeno que aún se observa en la vertiente sur del macizo. Aún cuando se trata de un volcán activo, su última erupción data de 1877.
Para los incas, el LLullaillaco era uno de los Apus o Señores con los que los hombres debían negociar los asuntos importantes que ocurrían en el Kaypacha o Tierra del Medio, una de las tres regiones en que la cosmogonía andina dividía el universo. En ese contexto, eran comunes los "pagapuy" o tributos de tabaco, comida, flores o coca ofrecidos a los "roal" o volcanes y se explica además el hallazgo del monumento fúnebre en que, a pocos metros de la cumbre del Llullaillaco, fueron enterrados hace 500 años tres niños incas.
El primer ascenso deportivo del Llulla tuvo lugar el 1° de diciembre de 1952 y corrió por cuenta de los chilenos Bión González y Juan Harseim.
___________________________________________________________________
Antofagasta, que en kakán, la extinta lengua de los diaguitas, significa “Pueblo del Salar Grande”, comenzó a utilizarse como puerto alrededor del año 1860, pero no fue hasta después de la Guerra del Pacífico (1879-1883) que se consolidó como un verdadero centro urbano, siempre vinculado a la minería. Bastantes años más tarde y no tanto interés en los minerales, buena parte de la Rama de Montañismo del CDUC aterrizaba en esta ciudad famosa por “La Portada”.
Llegamos el 16 de septiembre de 2006 y Antofagasta, en pleno auge del cobre, estaba en transformación acelerada, recuperando el borde costero con paseos y miradores, trasladando el puerto hacia Mejillones, los depósitos de combustibles y el terminal pesquero hacia el norte, abriendo avenidas y ciclovías y soñando con enormes proyectos inmobiliarios que multiplicarán las torres de departamentos, “malls”, supermercados y toda la inevitable cadena de consumo que con una mano recibe los bonos de “La Escondida” y con la otra prende velas a los chinos de Minmetals y su aparentemente insaciable apetito cuprífero.
En el aeropuerto nos recogió Turismo Nómade, que tras cargar nuestros bártulos en dos camionetas y a nosotros en un furgón, nos llevó directo y sin escalas al supermercado, a las oficinas de la agencia, a las empanadas y finalmente, después de pasar varias veces frente al Estadio Regional, el Parque Japonés y el Paseo Croata, emprendimos viaje hacia el oriente, hundiéndonos de inmediato en la radical aridez del Desierto de Atacama.
Salvo las minas de La Escondida y Zaldivar, durante dos horas sólo vimos rocas y arena, hasta que al llegar a la espectral Estación de Imilac, enfilamos hacia el sur internándonos en la cuenca del salar de Punta Negra, donde nos sorprendió la vista de la enorme mole del Volcán Llullaillaco.
Tras cuatro horas y media de viaje y pocos minutos antes del ocaso, llegamos al Refugio que Conaf mantiene en el Parque Nacional Llullaillaco, a 4.100m de altitud en el sector de la Quebrada de Las Zorritas, a un costado del estero del mismo nombre. Se trata de una construcción de cuatro habitaciones, una de las cuales está equipada con comedor y cocina a gas.
Junto al Refugio, se encuentra instalado desde marzo del 2006 un cuerpo del Ejército de Chile, que al amparo de la Convención de Ottawa, se dedica a desmantelar las 2.000 minas antipersonales y 400 antitanques que bloquean la frontera con Argentina al norte del volcán Llullaillaco. Los milicos, encabezados por un capitán en traje de Tae Kwon Do que me hizo recordar al coronel Kurtz de Apocalypse Now, llegaron entre amables y aprensivos a husmear y darnos la bienvenida, ofreciendo toda clase de colaboración y apoyo, lo que nuestra siempre asertiva Eliana Chong aprovechó para agenciarse colchonetas para casi todos y alguna que otra almohada que aseguraran una estadía 5 estrellas para las tres noches que pasaríamos en la Conaf.
Los días de aclimatación se fueron en caminatas, en subir un depósito a lo que sería nuestro Campamento 1, a 5.080 m y en admirar los hermosos campos de coirón y bofedales que ceñidos por el suave rumor del estero, dan vida y color al refugio. Más allá, donde el silencio es viento, un azul intenso parece envolver el ambiente introvertido del universo altiplánico, resaltando toda la gama de ocres, rojos, amarillos y marrón de los cerros desnudos, a cuyos pies, una meseta rojiza salpicada de coirón se extiende en ondas suaves hacia los confines del horizonte. Presidiendo este cuadro, el Llullaillaco se alza imponente, solitario y sin contrapesos, como dejando en claro quién es el protagonista y anunciando con sus colosales proporciones que no será dócil con los visitantes.
Desde el Refugio y hasta los 4.600 m se puede llegar en camioneta y armar allí mismo un campamento, pero la programación, defendida tenazmente por Gabriel Carrasco, nuestro eficiente Jefe de Expedición, dictaba ascender un par de horas más hacia el este por una quebrada seca que conduce directo hasta la gran colada que surca la cara norte del volcán. A los 5.050 m encontramos el sitio perfecto para el C1, una explanada con terrazas para las carpas, grandes rocas para protegerlas y una gran vista hacia la meseta altiplánica y la Cordillera de Domeyko que se extiende más al poniente. Gracias a precipitaciones recientes, encontramos suficiente nieve para derretir, lo que nos evitó tener que transportar agua desde el lugar en que dejamos la camioneta.
Pese al tétano y otras cotidianas tragedias de Gabriel Muñoz, ascendimos por el costado occidental de la
El jueves 21 finalmente subimos hasta el C2 para dormir y atacar la cumbre al día siguiente. En este punto se nos devolvió la Vero Azócar, privándonos de su contagiosa risa y optimismo, aunque recuperamos a Fernando, que contra todo pronóstico, reapareció por las alturas listo para seguir cantando a dúo con la Betty Delgado. Por mi parte, después de armar la carpa y la pirca respectiva, comencé a sentirme fatal y si no es por Álvaro que, mientras yo descansaba, cocinó, derritió nieve y barrió la carpa, hasta ahí no más llego.
Irónicamente, cuando el despertador marcó la 1:20 de la madrugada, el que se sentía débil era Álvaro, quien me dio la pésima noticia de que no iría para arriba. La falta de sueño durante las últimas dos noches le estaba cobrando su tributo. Mientras conversábamos sobre si su decisión era la más acertada, bebí todo el té que pude, tragué de mala gana un par de bocados y salí al frío penetrante de la noche. Eran las 2:30 y ladera arriba ya se veían seis lucecitas avanzando fatigosamente por el canalón.
El canalón termina con una sección de nieve dura de unos 40° de pendiente que desemboca a los 5.800m en un nevero que corre en paralelo al curso de lava seca que cae desde la cumbre. Atravesarlo longitudinalmente admirando el alba colorear el horizonte, resultó más trabajoso de lo esperado, pues las bandas de nieve dura se alternaban con tramos de nieve cartón en que nos hundíamos hasta las rodillas. Rozando los 6.300 m. Beatriz no pudo más con el frío y aunque intentó rehacerse bajo las primeras luces del día, bajó con una mezcla de pena y rabia con Fernando, que en un noble gesto de cordada, la acompañó en su regreso.
Entre los varios torreones que coronan el filo cumbrero elegimos el que nos pareció más alto y finalmente, a
Maravillados por el espectáculo de las alturas, firmamos el libro de cumbre, comunicamos por radio nuestro
Las horas de esfuerzo se hicieron sentir entonces, especialmente en el nevero, que volví a recorrer poco menos que dormido. Pasada las 6 de la tarde y ya sin fuerzas ni nada para beber, por fin llegamos al campamento, donde nos recibieron con gritos de ánimo, abrazos y un notable jugo caliente que preparó Irodina.
La última velada en el refugio fue un agrado y no hizo más que confirmar lo bien que lo habíamos pasado durante la semana que acababa. Hubo risas, discursos, declaraciones solemnes y chácharas mundanas, pero sobre todo hubo amistad y espíritu de equipo. Sin ninguna duda, será difícil olvidar todos aquellos momentos.
___________________________________________________________________
En esta parte se acostumbra incluir agradecimientos, así es que se incluirán. Van para mucha gente,
managers, tramoyas, la colada, el escorial, el tétano, el furgón de Juanito, las Hermanas Guajardo, la Citroneta, Las Zorritas, el Estadio Regional y el Santo Remedio. Mención aparte para la Rama del CDUC, para todos los miembros del equipo, Gabriel Carrasco, Eliana Chong, César Rebolledo, Gabriel Muñoz, Beatriz Delgado, Fernando Salvador, Luz María Orellana, Irodina del Valle, Verónica Azócar, Osvaldo Tejeda, Christian Cross-Buchanan, Álvaro Ferrer y Eduardo Atalah y muy especialmente para Eduardo Parvex, sin cuyo entrenamiento en Santa Rosa no habríamos llegado ni a Antofagasta.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario